Páginas mudas, libros elocuentes


© Pep Brocal. Olaf va de picnic, Bang Ediciones

Hace unos días compartía con mi hija de once años la lectura de una historieta sin palabras. La miramos en silencio hasta el final, tras lo cual no pude resistir el impulso de preguntarle:

–¿Recomendarías este libro para la biblioteca de la escuela?

Ella lo pensó un poco antes de responderme:
– No está mal, pero como los profesores sólo quieren que leamos y leamos creo que este libro no serviría.

Como respuesta de un adulto no me hubiera preocupado tanto, pero que los propios niños no se atrevan a recomendar los libros sin palabras me parece ya demasiado. Algo falla en nuestras campañas de animación lectora ¿Quién tendría que ocuparse de que se valoren con justicia los libros que no son literatura?

Obviamente un libro sin palabras no plantea una lectura sensu stricto, ya que la secuencia de imágenes no es un texto ni puede llegar a codificarse como para permitir la articulación y fijación de los conceptos en el modo en el que el lenguaje verbal lo haría. Un libro sin palabras es un maravilloso espectáculo desplegado ante nuestra vista, más como un mapa, como un jeroglífico o como un juego de pistas. Nada para leer, todo para pensar.


© Cristina Pérez Navarro. Robinson Cruasan, Col. Isla FlotanteThule Ediciones

¿Realmente creemos que lo más importante de un libro es que pueda leerse? Leer es importante, pero ¿por qué? Si no somos capaces de responder esta pregunta de nada sirve que nos afanemos en hacer libros, en venderlos en recomendarlos. La lectura es la base del aprendizaje, tal y como nuestro sistema educativo está diseñado. Pero, y debido a ello, muchas veces olvidamos el origen visual de nuestros primeros pensamientos y la enorme contribución del pensamiento visual al lenguaje.

[El lenguaje] es el prototipo del pensamiento impensado, el recurso automático a conexiones almacenadas. Es útil, pero estéril. Lo que hace las palabras tan útiles para el pensamiento, pues, no puede ser el pensar en palabras. Debe ser la ayuda que las palabras dispensan al pensamiento mientras éste opera en un medio más apropiado, como el de la imagen visual. (Arnheim, 1998:244)

Mientras los publicistas, comerciantes y los políticos confían más en la imagen, aquellos al cargo de la educación confían más en la palabra. Se trata de un fenómeno revelador que apunta sobre la hipótesis de que la comunicación visual influye más eficazmente sobre nuestras voluntades que todos los conocimientos urdidos mediante la palabra. Y, sin embargo, seguimos eludiendo la educación visual –la de nuestros menores y la nuestra propia. ¿Cómo vamos a valorar lo que no estamos dispuestos a conocer? ¿Cómo vamos a formar a las nuevas generaciones en la adquisición de una cultura visual? ¿Cómo haremos para que sean capaces de interactuar con un mensaje visual?



© Shaun Tan. Emigrantes, Bárbara Fiore.

Las ediciones otorgan cada día más carga de contenido al sistema visual. Las publicaciones infantiles son pioneras en esto. En principio, las ilustraciones sirvieron al discurso verbal para compensar la débil competencia del lector implícito. Pero ahora las cosas han cambiado y mucho. Lejos están los días en los que Roland Barthes dijera:

Se ha dicho y repetido que hemos entrado en una civilización de la imagen. Pero se olvida que no hay prácticamente ninguna imagen sin palabras, ya sea en forma de leyenda, de comentario, de subtítulo, de diálogos, etc. (Barthes: 2001, p. 93)

El discurso de la imagen hoy día ha madurado su sistema y su propia retórica demanda en ocasiones un discurso netamente visual, asumiendo las propias limitaciones. Es decir, asumiendo que con la imagen nunca termina de contarse lo que se quiere contar. La defensa del libro mudo, pues, no puede basarse en la homologación del discurso visual al discurso verbal, aunque ciertamente las convenciones y la retórica visual permiten articular cualquier cosa que quiera y pueda decirse o pensarse. En este sentido, los libros sin palabras son perfectamente aptos para desarrollar el pensamiento lógico, la indagación, la inducción, el pensamiento divergente, la creatividad, la interpretación crítica, etc. Sin embargo, ante una obra sin palabras siempre sobrevuela cierto nivel de incertidumbre. Pero esta debilidad semántica puede convertirse en un irresistible encanto al mismo tiempo. Al menos, y precisamente, para la literatura y la lectura estética.

Reivindico, por tanto, el valor de los libros mudos desde su propia naturaleza y estatus visual, como pieza absolutamente necesaria en la educación artística y como medio de expresión de primer orden.

Dónde puede observarse cómo la visión utiliza al máximo su poder de organización es en las obras de arte, por ejemplo en la pintura. Cuando un artista escoge un lugar dado para ejecutar alguno de sus paisajes, no sólo selecciona y reordena lo que encuentra en la naturaleza, sino que debe reorganizar todo el material visible para que se adecue a un orden que él descubre, inventa y purifica. Y así como la invención y elaboración de tal imagen constituye un prolongado y a menudo fatigoso proceso, del mismo modo la percepción de una obra de arte no se logra súbitamente. (Arnheim,1998:48)

Ana G. Lartitegui

Referencias bibliográficas:

Arnheim, Rudolf (1998) El pensamiento visual. Paidós Estética.
Barthes, Roland (2001) «La civilización de la imagen», en La Torre Eiffel. Textos sobre imagen. Paidós Comunicación.


Comentarios

  1. Un alumno mío, ante Isla flotante, me devuelve el libro y dice la gloriosa frase:
    -Profesora, yo este libro no lo puedo leer. Es para mudos.
    Tiene catorce años.

    ResponderEliminar

Publicar un comentario

Entradas populares